Si un neófito visitara por curiosidad una milonga

Si un neófito visitara por curiosidad una milonga …

y entrara justo durante la cortina, es decir, en el espacio de tiempo que separa las tandas, probablemente vería a varias decenas de personas charlando amigablemente en sus mesas y no apreciaría diferencia alguna con respecto a cualquier bar o restaurante.

Sin embargo, lo substancial habría escapado a sus ojos:
me refiero al tráfico de miradas que agita el lugar en ese momento y que habilitará -o no- el siguiente baile.

Si todo sale bien, el contacto visual devendrá en una sonrisa y así, sin mediar palabra, se habrá resuelto lo importante mientras que lo banal -la conversación- será dejada de lado y olvidada para siempre.

Se inaugurará de esta manera en la pista un encuentro donde, sin hablarse en absoluto, algo, sin embargo, se dirá.

PH Valeria del Mar – Milonga en Calafate

Porque en el tango no nos hablamos, no es lo importante, evitamos incluso cantar o tararear, tampoco nos miramos a los ojos, al menos mientras bailamos.

Durante los minutos que dura cada tango perdemos la cara y las palabras, el nombre y las preguntas, las defensas y las excusas.

Nos abrazamos, sólo eso, y avanzamos, vos de espaldas, completamente confiada en mí, tus ojos han migrado a zonas remotas como mi mano o mi sien.

Lo que ven mis rodillas lo saben tus talones y ya no hacemos foco con las pupilas sino con los zapatos.

Vamos hacia un punto que no es concreto, pero tampoco imaginario, que está allí adelante, pero sin embargo te empuja, que no es real, pero sin duda es intenso, incluso incandescente.

Nuestras espaldas se yerguen y se ordenan como las paredes de una caja de Pandora donde no sólo se alojan los pesares y la esperanza, sino también un abismo y a ese abismo hay uno de los dos que se asoma y entonces… hay algo en los dos que tiembla.

Nicolás Lobo

Texto Cortesía de Textura de Arrabal

Imagen destacada cortesía de Luciano Vita

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