Una reflexión sobre la autenticidad del tango en un mundo globalizado de Fernanda Ghi
Desde hace un tiempo, hay una pregunta que me ronda la cabeza: ¿No sería más enriquecedor que quienes desean aprender tango se acerquen a su cultura tal como es, en lugar de esperar que la cultura se adapte al consumidor?
No se trata de una crítica, sino de una invitación a la reflexión. Porque, sinceramente, muchas veces no lo entiendo.
Y no me refiero solo a los extranjeros: también me pasa con personas nativas. Curiosamente, me he cruzado con extranjeros que conocen más sobre la historia y las tradiciones del tango que muchos porteños. Pero claro, es difícil reconocer lo propio cuando está tan arraigado en uno mismo.
Incluso entre los milongueros, muchas veces no se transmite lo esencial, no se nombra, no se explica… simplemente se vive. Y por eso cuesta compartirlo.
En muchos casos, las diferencias entre quienes enseñan o lideran espacios de tango no son solo técnicas: son culturales, profundas, incluso existenciales. Y cuando todo se adapta para que sea “comprensible” para el extranjero —o para quienes están fuera del contexto donde nació el tango—, muchas veces se pierde algo valioso: el sentido, el alma.
Esto no solo pasa fuera de Argentina; también, aunque en menor medida, dentro del país.
Es como con la comida: la adaptamos al gusto local…
¿Y entonces? ¿Dónde queda la autenticidad?
¿Cuánto se pierde en esa negociación?
Tal vez por eso el tango “funciona” en entornos internacionales.
Observo comunidades enteras lideradas por personas de otros países, que convocan a otras personas extranjeras. Y se crea un lenguaje nuevo.
A veces, ni yo misma entiendo del todo lo que sucede: cómo se organizan, cómo se baila, qué códigos manejan… simplemente porque no compartimos la misma cultura.
Y sin embargo, están usando el tango como medio de expresión.
Eso me lleva a una situación compleja.
Quiero entender la globalización. Quiero apoyar la integración. Pero también quiero cuidar la cultura y las tradiciones que nos dan identidad.
Estoy de acuerdo en que el tango es patrimonio de la humanidad. Nació de la mezcla de muchas culturas. Pero la “cocina” fue en Buenos Aires —ni siquiera diría en toda Argentina, sino puntualmente en esa ciudad—.
Y lo dice alguien que no nació allí, pero que se enamoró de esos ingredientes tan profundamente porteños que habitan, sutiles, en el tango.
Es como querer aprender flamenco sin conocer la filosofía gitana y sus rituales. O querer practicar medicina ayurvédica sin comprender el pensamiento hindú.
El tango tiene elementos en su música y en su baile que son profundamente locales. No se trata de copiar, sino de entender. De estudiar. De sentir.
Y por eso mi pregunta: ¿En qué momento la evolución se desconecta de la tradición?
¿Quién nos da el derecho —o el permiso— de modificar algo tan particular como el tango, antes de haberlo entendido de verdad?
Con respeto y amor por esta danza, una reflexión abierta.
Texto cortesía de Fernanda Ghi




