Eran sólo las once, pero Troilo ya había llegado y sentado en la cocina tomaba café. Oí que le decían:
–Che, Gordo, ahí te está esperando esa periodista uruguaya que quiere entrevistarte…
–¡Pobrecita!, que pase, ¿qué le voy a decir?
–Esperá a ver qué te pregunta.

–No le voy a preguntar nada. Hable de lo que tenga ganas. Cuénteme de usted. De cuando era chico.
–¿Y qué querés que te diga, piba?
Cuando era chico era un gordito. Siempre fui un gordito. Tenía un hermano mayor… Vivía en el barrio del Abasto. A los nueve años debuté en un café, con una orquesta de señoritas, y de mañana, como me caía de sueño, en lugar de ir al colegio me iba al café a dormir. Quedé libre. Mi vieja se agarró un disgusto de la gran siete. No soñaba que yo con la música podría llegar a algo.

–¿Qué se tocaba en esa época?
–Más o menos por esa época se estrenó “Mi noche triste”, un tango del padre del Catunga.
A los catorce años, ya de pantalón largo, empecé a trabajar de contrabando en el Tabarís.
–¿De contrabando?
–Sí, porque era menor.

Allí conocí a Vardaro, a Pascual Contursi. Hacíamos el tango de vanguardia. Entrábamos a trabajar a las seis de la tarde y no parábamos hasta que se iba el último borracho. Había días que terminábamos tocando con el sol en la cara. Y se llevó las manos a los ojos como si otra vez el sol lo estuviera deslumbrando. Luego las bajó y se las miró. Eran pequeñas, mullidas y blancas y temblaban ligeramente.
–Mire –me las muestra–.

Hoy me encuentra así, tan mal, porque estoy muy bien.
–Yo no lo encuentro así, tan mal, sino sólo muy bien.
Se echó a reír y los ojos le desaparecieron devorados por la cara.
–Siga contándome.
–Sí, pero tome algo.
–Bueno.
–En 1929 ya tenía orquesta propia. Tocaba en el cine Medrano. La jazz era de Tanturi. Me acuerdo porque en el ‘30 fue el mundial de fútbol. Yo soy de River.

Extractado de la entrevista con María Esther Gilio, cortesía de Textura de arrabal

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